Si un mar separa continentes ...


Nuestra biblioteca

martes, 27 de abril de 2010

El cuento y el poema de esta semana

En nuestra sesión semanal en que te presentamos un cuento y un poema tienes esta semana un breve relato del escritor argentino Enrique Anderson Imbert, cuya obra gira en torno al tema de la muerte y el más allá, nunca exento de grandes dosis de ironía y comicidad. Por otra parte puedes leer aquí el hermoso soneto Yo, a mi cuerpo del escritor gran canario Domingo Rivero, considerado como una de las cimas líricas de la poesía canaria de siempre:

Las estatuas
Enrique Anderson Imbert


En el jardín de Brighton, colegio de señoritas, hay dos estatuas: la de la fundadora y la del profesor más famoso. Cierta noche -todo el colegio, dormido- una estudiante traviesa salió a escondidas de su dormitorio y pintó sobre el suelo, entre ambos pedestales, huellas de pasos: leves pasos de mujer, decididos pasos de hombre que se encuentran en la glorieta y se hacen el amor a la hora de los fantasmas. Después se retiró con el mismo sigilo, regodeándose por adelantado. A esperar que el jardín se llene de gente. ¡Las caras que pondrán! Cuando al día siguiente fue a gozar la broma vio que las huellas habían sido lavadas y restregadas: algo sucias de pintura le quedaron las manos a la estatua de la señorita fundadora.



Yo, a mi cuerpo
Domingo Rivero

¿Por qué no te he de amar, cuerpo en que vivo?
¿Por qué con humildad no he de quererte,
si en ti fue niño y joven, y en ti arribo,
viejo, a las tristes playas de la muerte?

Tu pecho ha sollozado compasivo
por mí, en los rudos golpes de mi suerte;
ha jadeado con mi sed, y altivo
con mi ambición latió cuando era fuerte.

Y hoy te rindes al fin, pobre materia,
extenuada de angustia y de miseria.
¿Por qué no te he de amar? ¿Qué seré el día

que tú dejes de ser? ¡Profundo arcano!
Sólo sé que en tus hombros hice mía
mi cruz, mi parte en el dolor humano.

viernes, 16 de abril de 2010

La voz de Arturo Maccanti en nuestra biblioteca


Hoy viernes día 16 de Abril contamos con la presencia de Arturo Maccanti en la biblioteca de nuestro instituto. Todos los alumnos de 1.º de bachillerato pudimos disfrutar de la palabra de una de las figuras más importantes de la Literatura Canaria de siempre. Maccanti, premio Canarias de Literatura, nos hizo un repaso de algunos de sus poemas contándonos anécdotas de sus inicios en la poesía y muchas historias relacionadas con el proceso de creación de su obra. Fue una hora muy agradable y muy entretenida que deseamos se repita el próximo curso como el propio autor deseó en su despedida.

martes, 13 de abril de 2010

Aquí tienes el cuento y el poema de esta semana

Esta semana te presentamos, por un lado, un cuento, Tres cosas antes de morir, de Sandro Centurión, escritor argentino de relatos breves, y por otro, en el centenario de su nacimiento un hermoso soneto de Miguel Hernández, Una querencia tengo por tu acento, perteneciente al libro El rayo que no cesa.


Tres cosas antes de morir
Sandro Centurión

Plantar un árbol, tener un hijo, escribir un libro. Podía morir tranquilo. Sin embargo cuando le llegó la hora se dio cuenta de que jamás había viajado en barco, ni había escalado una montaña, ni se había emborrachado con tequila, entonces se puso en campaña para hacer esas tres cosas antes de morir. Las hizo en poco tiempo y ya en su lecho de muerte cayó en la cuenta de que jamás había cazado un tigre, ni había buceado en aguas cristalinas, ni le había cantado una canción al oído a una muchacha. Se levantó de un salto y salió corriendo. Un tiempo después estuvo a punto de morirse pero recordó que nunca había comido helado de chocolate en la mañana, ni había arrojado flores al río, ni había cantado ópera bajo la ducha.
Dicen que anda haciendo cosas increíbles por el mundo. Sólo tres cosas más antes de morir, dice y sigue viviendo.


Una querencia tengo por tu acento
Miguel Hernández

Una querencia tengo por tu acento,
una apetencia por tu compañía
y una dolencia de melancolía
por la ausencia del aire de tu viento.

Paciencia necesita mi tormento,
urgencia de tu garza galanía,
tu clemencia solar mi helado día,
tu asistencia la herida en que lo cuento.

¡Ay querencia, dolencia y apetencia!:
tus sustanciales besos, mi sustento,
me faltan y me muero sobre mayo.

Quiero que vengas, flor, desde tu ausencia,
a serenar la sien del pensamiento
que desahoga en mí su eterno rayo.